En 2016 tenía muchas dudas sobre qué hacer con mi futuro. Estaba creciendo como deportista, pero el trabajo me demandaba más.
La opción lógica, común e incluso sensata era “hacer carrera” como ingeniero. Pero algo dentro de mí me decía que, por una vez en la vida, tenía que arriesgar, salirme del camino marcado y no escuchar demasiado todos esos consejos que (sabiamente) me decían que me equivocaba.
La decisión estaba tomada y decidí bajarme de un tren para empezar a construir uno. Sin saber nada, sin recursos, simplemente con ilusión. Bueno y con consecuencia y compromiso.
“Hagas lo que hagas, no te quedes a medias”. Esta fue la frase definitiva. Me la dijo mi padre, que me iban a apoyar en lo que decidiera (vaya si lo han hecho ❤️) pero que no me dejara nada por el camino.
Pues bien, el sábado por la mañana 🇯🇵 (madrugada para vosotros🇪🇸) lo llevé a la máxima expresión. No recuerdo nada de la última vuelta, no tengo recuerdo alguno de la entrada a meta. Nunca había llegado a este límite. No me podía mantener en pie al cruzar la línea. Silla de ruedas, vómitos, bañera de hielo, termómetro y casi 41 grados de temperatura corporal.
Dije que llegaba a Tokyo con la conciencia tranquila de haber hecho todo para llegar aquí lo mejor posible y ahora también puedo decir que en carrera, no me quedé a medias.
Gracias ❤️
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